¿Qué voz hay que tener?
Andrea. Un melodrama rioplatense
“La biología hace sus bromas
y esta sociedad tiene poco sentido del humor”
Hacia
la década del 70 el género cinematográfico de terror divulgó figuras monstruosas.
Entre ellas, la de las mujeres (poseídas por el diablo) que hablaban con voz de
hombre (Friedkin, El exorcista,
1973) y la de los muertos vivos (Romero, La
noche de los muertos vivientes, 1968). Tales figuras metaforizaban el repudio de
una sociedad atemorizada por lo
diferente.
A partir de su refuncionalización, Edgar
de Santo recuperó estos dos motivos en Andrea.
Un melodrama rioplatense. Su film actualiza la exclusión y demonización
producida por discursos hegemónicos de binaridad genérica. Tras encontrarse
prisionera por dichos discursos, el desenlace se produce con el paseo de Andrea
y su idílico amor tal zombies vagabundos en un cementerio. Dicho espacio opera como metáfora de discursos
normativos sepultados. A su vez, la pareja de zombies personifican aquellos cuerpos que nuestra sociedad enterró
vivos.
Edgar
de Santo realizó un homenaje
a la deconstrucción no solo de un pensamiento ya clásico sino también del cine
clásico. Por un lado, el
director de Andrea dinamitó las
posibilidades de la identidad femenina como categoría representacional unívoca
y estable. Por otro lado, si bien De Santo citó los mencionados motivos
cinematográficos, los tensionó y
rizomatizó resignificandolos y
multiplicando sus sentidos. Por su parte, desde la aparición del cine
sonoro, la industria del cine clásico había puesto todo su empeño para que la
voz reduzca las ambigüedades de los enunciados visuales. Las vanguardias históricas y luego
las películas modernas fueron quienes desestabilizaron la unidad del sentido,
al tiempo que, despertaron al espectador del sueño al que cine clásico
hollywoodense lo había sometido. De Santo recuperó procedimientos estéticos
tanto de unos como de otros. En este sentido, Andrea se caracteriza por un montaje desestabilizador, de mirada dinámica, dislocada, fragmentada, invertida,
alternada, en primeros planos y planos detalles, contra picados y picados,
dípticos y trípticos; una sinfonía de dobles paisajes verticales divididos por
un mismo cielo o paisajes que retroceden en vez de avanzar hasta fundirse a
negro; un cine dentro del cine y sobreimpresiones
de discursos y relatos que cuentan “una historia tan sencilla que parece una
vida” pero jamás a partir de un lenguaje unívoco, estable y fijo, transparente y
natural como pretendió la narración del cine clásico.
De esta manera, De Santo desarticuló la unidad de sentido
atribuida tanto al binomio sexo-género como a la articulación palabra-imagen
instaurada por el cine clásico. Tal desarticulación propuesta amplió el campo ontológico de lo
posible. No obstante, como nos señaló Andrea, aun nos falta mucho (sentido del
humor) para comprender las vueltas de la naturaleza y su relación con las
conceptualizaciones culturales establecidas.
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